Desde la muerte de Manuel Fraga Iribarne, sus acólitos se han dedicado como impulsados por un resorte, quizás fuera el resorte de cambiar todo para que todo sea como Dios manda, a pedir que se le dediquen calles, plazas, polideportivos, fuentes, carreteras, aeropuertos, puertos, provincias, naciones, lo que sea con tal de honrar a tan insigne personajes.
Ellos piensan evidentemente que se lo merece. Probablemente también habrá nostálgicos alemanes que opinan que singulares miembros de los gobiernos de Hitler también se merecen tal reconocimiento pero a diferencia que en España en Alemania hay leyes que impiden tal desatino.
Argumentan para pedir el nombre de una calle todo lo que hizo, por ejemplo en Galicia donde tuvimos el inmenso honor de tenerle como presidente de la Xunta durante tantos años, que hizo mucho por tal o cual ciudad o villa. Vamos que hizo lo que tenía que hacer o lo contrario sería que para no darle una calle tendría que despreciarnos. Basta ya de hipocresía, cuando un político gestiona alguna obra o equipación para una ciudad, villa, pueblo, aldea o lo que sea, sólo está cumpliendo lo que se le encomendó, nada más. Puestos a estirar este razonamiento, ¿por qué no ponerle el nombre de un barrendero a una calle? A fin de cuentas su labor es mucho más importante que la de tantos y tantos políticos.
Como justificación hablarán de la transición para justificar que en este país se pasara página después de la muerte de Franco y para justificar también que seamos el único país donde no fueron investigados ni juzgados los responsables de tantos desmanes como se produjeron durante la dictadura.
Sinceramente poner el nombre de una calle a semejante personajes, aparte de atentar contra la letra y el espíritu de la Ley de la Memoria Histórica, me parece un despropósito y creo que deberían estar más que satisfechos con el hecho de que Fraga como tantos otros sólo serán juzgados por la historia y no por los tribunales como debería haber sucedido.
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